De nuestro pasado tenemos que comprender nuestro mestizaje, las virtudes de la colonización y de la civilización nativa. Una mezcla que parió una sociedad blindada de plasma multicultural
@ovierablanco
En la historia pocas figuras representan con mayor intensidad la fusión entre amor, política y ambición que Enrique VIII de Inglaterra. Historia de barbarie, excentricidad y de cuya resistencia al mal sobrevino una impronta evolutiva. Del atentado a la vida, el amor y la bondad, a la justicia. Edmund Burke decía que para que triunfe la maldad solo es necesario que los buenos no hagan nada.
Los seis matrimonios de Enrique VIII no solo definieron su reinado, sino que también transformaron la estructura política, religiosa y cultural de su época. Más allá de los escándalos, los intrincados juegos de poder y los destinos trágicos de sus esposas, subyace una cuestión universal: el amor, la esperanza y la resiliencia humana como factores de libertad y vida.
En este ensayo queremos ilustrar cómo lo súbitamente perverso se transforma en luz; cómo la cultura vence la sombra y el amor a la ambición.
Las esposas de Enrique VIII: más que piezas de un tablero político
Catarina de Aragón, Ana Bolena, Jane Seymour, Ana de Cleves, Catalina Howard y Catalina Parr son nombres que suelen mencionarse en el contexto de un rey obsesionado con producir un heredero varón. Detrás de cada matrimonio hubo mujeres con historias propias, deseos, miedos y, sobre todo, una capacidad única para adaptarse y resistir las exigencias de un entorno despiadado. Seres humanos que dejaron su cabeza en una cesta y su orgullo en un pedestal. Sin piedad, pero con dignidad.
Catarina de Aragón encarnó el orgullo frente a la adversidad. A pesar de ser repudiada tras años de matrimonio, nunca renunció a su papel de reina legítima. Ana Bolena, en cambio, fue una figura polarizadora que desafió normas sociales y religiosas, pagando su audacia con su vida. Jane Seymour, la tercera esposa, cumplió con las expectativas del rey al dar a luz a un heredero, pero murió poco después. Las historias de Ana de Cleves, Catalina Howard y Catalina Parr también reflejan las tensiones entre el deseo personal y las demandas de la Corona.
Estas mujeres –en su diversidad– fueron víctimas de un sistema patriarcal, pero agentes de cambio, símbolos de resiliencia y recordatorios que hombre malvado a pesar de la barbarie, recibe una respuesta histórica de virtuosidad y elevada moral colectiva.
La ruptura con la Iglesia católica, motivada por su deseo de anular su matrimonio con Catarina de Aragón, marcó el nacimiento de la Iglesia de Inglaterra. Este acto transformó el concepto mismo del matrimonio, separándolo de una institución exclusivamente religiosa y adaptándolo a las necesidades de un monarca. La historia de Enrique VIII y sus esposas podría parecer un relato de tragedias personales y juegos de poder. Sin embargo, también nos habla de resiliencia: la capacidad de los individuos para enfrentarse a la adversidad y encontrar formas de sobrevivir, incluso florecer, en medio del caos y la muerte.
Estas historias no son solo fragmentos de un pasado distante; son llamados de alerta de cómo, frente al abuso del rey, la sangre derramada importa, y se convierte en luz que vence la oscuridad. Venezuela no es la excepción de ese emplazamiento.
La dualidad humana: creación y destrucción
La humanidad es un ser dual por naturaleza. Poseemos tanto la capacidad de crear belleza, conocimiento y sistemas de cooperación como la tendencia a destruir, ya sea por miedo, ambición o ignorancia. Desde conflictos bélicos hasta la devastación ambiental, la historia está plagada de ejemplos de esta pulsión destructiva. Sin embargo, encontramos avances científicos, movimientos sociales y expresiones artísticas que revelan un impulso igualmente fuerte por construir un mundo mejor. La pregunta es por qué destruimos, y cómo, a pesar de ello, seguimos luchando por sobrevivir y prosperar.
Los momentos más oscuros de la historia humana –las guerras mundiales, el Holocausto, las pandemias y los desastres naturales– son también testigos de la capacidad de las sociedades para resistir y reconstruirse. Tras la devastación de la II Guerra Mundial, surgieron iniciativas como la creación de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los DD. HH., intentos de transformar el sufrimiento en un compromiso global con la paz y la justicia.
La resiliencia humana se basa en la capacidad de aprender de estos episodios y en la voluntad de cambiar, aunque a menudo sea a un ritmo dolorosamente lento. En Inglaterra, la consolidación del Parlamento, la guerra civil [1642-1660], la restauración y la declaración de los derechos de 1689, condujeron a la reforma y al establecimiento del Estado de derecho.
Por qué los venezolanos buenos venceremos
La capacidad de resistir ante la autodestrucción proviene de tres fuentes principales:
- La memoria colectiva: los errores del pasado –aunque a menudo repetidos– también nos enseñan a buscar alternativas;
- el anhelo de trascendencia: la humanidad no solo sobrevive por instinto, sino por dar sentido a su existencia a través de la religión, la ciencia o la filosofía;
- el poder de la comunidad: la cooperación y los vínculos sociales han sido claves de la supervivencia desde los albores de la civilización.
Venezuela ha sido ejemplo de resistencia. Algunos nos dicen: ¿por qué aún no hemos sido capaces de sacar del poder a estos monarcas sin corona que llevan lustros socavando la república? La respuesta es predecible. Hemos sido sorprendidos por nuestra buena fe. Desde el más humilde, pasando por la Iglesia católica, los académicos y las FF. AA., todos se creyeron que Chávez sería el gran líder de la justicia social redentora. Pero, como Enrique VIII, fue sacando de su camino a cada hombre o mujer que no le pariera un hijo bolivariano, revolucionario y sumiso. Y contenerle ha demandado una lucha muy desigual.
Pero el amor por nuestra cultura y nuestra historia están arrojando sus frutos. Platón, en El banquete, describía el amor [eros] como un impulso hacia la perfección, un deseo de alcanzar la belleza eterna y trascender las limitaciones terrenales. El amor por Venezuela de Brito, Pérez, Fernando Albán, Neomar Lander, Fabián Urbina, Juan Pablo Pernalete, Bassil Da Costa, Geraldine Moreno, Baduel o Jesús Martínez [muerto en custodia] por nombrar algunos de miles, es voluntad de existencia que trasciende.
En esa misma línea, Erich Fromm, en El arte de amar, que es arte de sobrevivir, argumenta que el amor no es una mera emoción espontánea, sino un acto de voluntad y disciplina. Para Fromm, amar es la capacidad de reconocer al otro como un fin en sí mismo, lo que nos invita a trascender el egoísmo y cultivar relaciones que perduren. Entonces frente al odio y la negación de la vida por la codicia y la ambición, prevalece el valor por la vida, de libertad, de justicia y de paz. Esos ideales nunca mueren porque son belleza, una verdad que salva. Si el amor es el impulso que une, la belleza es el reflejo que inspira.
La belleza del quien piensan idiota salvará al mundo
Dostoyevski en El idiota, expresó que “la belleza salvará al mundo”. Esta afirmación, lejos de ser una idealización ingenua, refleja la creencia en el poder transformador de lo bello. La belleza tiene la capacidad de despertar lo mejor de la humanidad: proteger la naturaleza, crear arte y buscar la armonía en nuestras vidas. María Corina Machado es amor y es belleza. Es impulso y es inspiración. Frente a las acusaciones responde con dignidad: traicionar es claudicar, es abandonar nuestra lucha por la libertad, por la reconciliación y por la belleza de un país redimido.
El filósofo alemán Friedrich Schiller, en sus Cartas sobre la educación estética del hombre, plantea que la belleza es un medio para reconciliar los impulsos sensibles y racionales del ser humano. Venezuela está en la búsqueda de ese balance espiritual y racional. Es la genealogía de lo moralmente malo que resiste hacia lo bueno, bello y luminoso. Y a través de sus virtudes. Venezuela florecerá.
En su obra Philosophie de l’art, Hipólito Taine plantea que el arte y la belleza no surgen de manera espontánea. Son el producto de 3 factores clave: la “raza” (herencia cultural), el milieu (entorno físico y social) y el moment (contexto histórico). Para Taine, comprender la belleza implica entender las fuerzas que moldean a una sociedad.
En Venezuela ha prevalecido el instinto de supervivencia que se alimenta de nuestra memoria colectiva, de nuestro derecho a transcender y nuestro espíritu comunitario. Memoria que es cultura, raza y diversidad. Historias de independencia que trascienden los momentos oscuros de montoneras y caudillos. Historia de una movilización social y urbana sin precedente en Latinoamérica, que nos ha hecho una nación resiliente, aspiracional y libre.
Venezuela es un matriarcado donde la belleza de su ejemplo derrota el horror del tirano. Al decir de Friedrich Nietzsche, la afirmación de la belleza es la afirmación de la vida. Y de ese vientre ha nacido el superhombre (Übermensch) nutrido de leche y placenta que abraza la existencia como un acto de voluntad y de poder.
De nuestro pasado tenemos que comprender nuestro mestizaje, las virtudes de la colonización y de la civilización nativa. Una mezcla que parió una sociedad blindada de plasma multicultural. Del buen salvaje al buen revolucionario, de Carlos Rangel, destacó esa impostergable necesidad de despojarnos del complejo del salvaje víctima de la opresión y cuya redención es solo a través de modelos revolucionarios socialistas. Lo contrario. Nuestra redención no está en narrativas antiimperialistas, sino en modelos liberales y demócratas que derrotan el resentimiento.
Nuestro presente es un compromiso de evolución libertaria y pacífica. Confucio (551-479 a. C.), el gran pensador chino, construyó una filosofía ética centrada en las virtudes como pilares del orden social y la paz. En sus enseñanzas recopiladas en los Analectas, resalta virtudes como la ren (benevolencia), el ritual o conducta adecuada y la rectitud. Valores que guían al individuo hacia una vida en armonía. Y Venezuela es una nación buena, adecuada, honesta. Se han empeñado en presentarnos como salvajes y revolucionarios. Pero no. Somos bondad que vencerá la cultura del odio.
Séneca (4 a. C. – 65 d. C.), representante del estoicismo romano, propuso una visión de la virtud basada en la fortaleza interior y la resistencia frente a las adversidades. En su obra Cartas a Lucilio describe al hombre virtuoso como aquel que domina sus pasiones y vive en armonía con la naturaleza y la razón. Immanuel Kant (1724–1804), en su Fundamentación de la metafísica de las costumbres, sostiene que la virtud se fundamenta en el deber moral. Según Kant y su imperativo categórico: “Obra solo según aquella máxima que puedas querer que se convierta, al mismo tiempo, en ley universal”.
Entonces decíamos que Venezuela florecerá. Es la revolución de las orquídeas. No será la primera vez. Lo hizo en 1810 [declaración de nuestra independencia] en 1830 [restauración de la república] en 1914 [inicio de la era petrolera y fin de las montoneras] 1958 [alumbramiento de la democracia y 2024 [el inicio del fin de las sombras]. Este es nuestro cultivo de redención y de justicia después de la barbarie. Como la restauración y la reforma que sobrevino a Enrique VIII desde la pena de seis mujeres profanadas y ultrajadas, que legaron luz y sed de justicia. Vida y esperanza que penetraron todas las ventanas de las torres del horror y que, en medio de la muerte y el dolor, abrazaron la voluntad de existir como expresión de vida, amor, paz y poder que es libertad, que es felicidad.
vierablanco@gmail.com | Presidente de VenAmérica / USA
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