La final entre el Barça y el Aalborg fue algo extraña, en un sentido. El balón, cuando estaba en manos del Barça, circulaba entre los tres jugadores de primera línea y apenas llegaba uno a los extremos, ni tampoco al pivote. En las semifinales, Ariño o Janc sí recibían balones para volar y jugársela. En la final, apenas Aleix recibía alguno para provocar penalti. Tampoco el Barça filtraba pases al pivote, siempre muy bien marcado. Hasta el punto que los dos goles únicos goles de Frade en el encuentro los logró tras capturar un rechace del meta Landin y batirle. Fueron dos tantos en el tramo decisivos y providenciales.
Mientras, el Barça se lo seguía jugando todo al acierto del lanzamiento de los tres cañoneros franceses, que estuvieron de dulce. Richardson (8 goles, sin fallo en los penaltis y marcando el decisivo 29-31), Mem (7 goles) y N’Guessan (6 goles) firmaron 21 de los 31 tantos. Y, entonces, cuando los defensas daneses se tenían que cerrar sobre ellos, Ortega tomó una decisión genial, de grandísimo entrenador. Pidió tiempo muerto a 6 minutos del final, ganando 27-28, y dio una instrucción muy concreta. Él, que había sido un magnífico extremo, dibujó un ataque para que la siguiente jugada sorprendiese por fuera. Y fue la clave. Mem penetró por la izquierda, Carlsbogard abrió el balón al extremo y ahí Wanne logró su primer y único tanto (27-29). Al siguiente ataque, Mem penetró por la derecha y la dejó al extremo de la derecha, Janc, para que volase para marcar un gol definitivo (27-30). Ortega despistó durante todo el encuentro y se sacó el as de la manga para cuando más lo necesitaba el equipo. Salió redondo y todos felices.
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